lunes, 28 de diciembre de 2015

Juan

Juan anda sólo, nadie le da cuerdas o lo alienta. Amanece como el día, inevitablemente. No sabe quién es o qué quiere, ni como terminarán sus días. A veces sentado frente al televisor deja de oír lo que las marionetas repiten, sin buscarlo se sumerge en un silencio peligrosamente profundo. De esa clase de silencios que te golpean el alma tan fuerte que algo se rompe o despierta, pero ya no volves a ser el mismo. Juan intenta nadar en ese silencio, salir a flote antes de ir muy profundo, porque en el fondo no queda mas que verse a los ojos y descubrirse, la repetida soledad, las sombras de la casa, las heridas antiguas.
Juan anda solo, no te necesita, no nos necesita, sin embargo una mirada de ternura, una palabra musical en el ruido de la rutina le ablanda el alma, y el resto de su día se modifica. Acciones tiernas repetidas podrían cambiarnos la vida. Juan no cambia por nuestra ternura, simplemente percibe que existe otro forma de llevar la vida.

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Si de verdad me leyeras, si de verdad comprendieras la esencia de mi ser... sabrías que estoy aprendiendo que hay palabras que no se deben decir... hay momentos en que se debe guardar el corazón en su cajita de perfumes hasta el próximo invierno. Son como esas cosas del cuidado de las plantas y del jardín que nos ayudan a mantener la fe en nuestros sentimientos.
Si mi espíritu no ha podido florecer aún en esta tierra, lo mudare de este cielo a cielos nuevos. A un lugar donde las nubes no sean de tormentas o silencios.

Hay muchos libros de silencios y hay muchos libros de sueños que aguardan en los estantes, quizás es hora de que los lea, o que los beba como el néctar que me ayude a sanar de tanta mala suerte en mi corazón y en mis ideas.

Mi alma espera en los arboles, algún día la encontraras. Pero si la recuerdas, dile de esas palabras mágicas y veras como se acerca.