En estas manos se hará la noche… mitad de frio y de silencio. Se quedara quieta en las ramas esperando a que el viento la despierte… así oscura y aun destellante como una luciérnaga de tinta habitara el mundo, el corazón de las ciudades y el alma de todos los paisajes oníricos con sus misterios y sus milagros para devolver al hombre las historias del otro mundo el que todos negamos despiertos, ese del que aun no estamos convencidos.
Habrá un hombre sin espada ni lucero, ni corcel ni fuego recorriendo solo con sus manos, con sus pies descalzos y su humano cuerpo las distancias del cielo infinito, y habrá un ángel muy herido por castigar sus alas en el vuelo de bosques sombríos... y algunas distancias las harán a pie, otras irán por el aire como si andarán por los caminos o simplemente viajaran dormidos, pero habrá ellos y en todas las criaturas un silencio que ardera en el alma como la llamada de todos los espíritus, los de la tierra, los del cielo, y los de aquellos que aun no hemos visto, o no tenemos conciencia suficiente para admitirlo.
Y habrá un día que desde el cielo descenderá de ciertos ojos la palabra y será a penas una mirada de agua sobre el mundo. Mientras sobre la montaña, los niños y los sabios le llamaran lluvia, en las aldeas vestidos de plumas ardiendo en sus rituales los mas creativos le dirán: Actumar diosa de las nubes cansada de ver morir sus hijos, convertida en agua como flechas que caen al mundo, para ser la sabiduría del agua, de los arroyos, y de los ríos. Las mejores verdades son siempre las que guardar grandes historias. Las únicas verdades son las de palabras simples.
Hay una sonrisa que se burla de todos detrás de las montañas que nadie mira. Es la del gigante de piedra que a veces cree en los hombres y a veces cree en la lluvia.
Algún libro callara sus intensiones y dormirá en lo más profundo de las bibliotecas mientras en los ojos de los que buscan verdades arderán en la distancia la sutil melodía del paisaje como un perfume esperado.
De todas las veces que quise decir lo que mis otros ojos, los del sueño o los del paisaje descubría en aquel otro mundo, solo pude decir un par de sonidos bien escritos al entendimiento de los hombres que me rodean, esos que intentan también recordar lo que olvidamos al alejarnos del tiempo infinito. Jamás los nombres de aquellos que conocí dormida, o sumergida en mi silencio han conseguido sonoridad más bella que el rumor de las ramas, el viento en la noche, la luz atravesando las ventanas, la tibieza de los abrazos. A veces es tiempo de contar historias, pero soy tan feliz sumergiéndome en ellas que pierdo el lenguaje cada vez que intento compartir mis sueños o mis delirios.