domingo, 14 de febrero de 2010

Elena.


No se quien es, no la he visto nunca.

Sí, la he visto, pero no la he visto de verdad.

O si la vi de verdad, como no vi a nadie jamás en este mundo.


Elena, se me apareció hoy, mientras viajaba en el tren camino a comprar materiales para mis dibujos.

Iba pensando en esos dragones grises que estaba pintando en la mañana, pensaba en los colores que deberían tener sus alas, sus garras, sus cuernos y colmillos. Recordé ese gran trabajo que hice para bellas artes, cuando era estudiante, un dragón de tres metros en hierro, en papel yeso y patinas. Recordé mis manos dando forma a la criatura y como me gustaba trabajar sobre los ojos, la mandíbula, me encantaba hacerle los tendones del cuello, las venas que demostrara la sangre de su fuerza.

Y ahora solo los dibujaba en pequeños formatos no más de un metro.

¿Esta bien eso?, pintar hadas, dragones, duendes, malabaristas, mándalas. Árboles de todas las formas y colores. Me preguntaba por el sentido de mis dibujos, solo me preguntaba no se si realmente estaba buscando una explicación para eso, pero mientras la ventana activa de paisajes circulaba, y circulaba esa otra poesía, esa poesía visual que respira.

Algo se acerco a mi, no a mi cuerpo.

A mí

Era Elena, pequeña no mas de siete años, cabellos negros, enormes ojos que de a ratos parecían verdes de a ratos parecían marrones.

Llevaba un vestidito estampado claro, muy claro que de lejos parecería blanco.

Su vestido tenía unas florcitas entre naranjas amarillas, y las hojitas eran entre verdes y azules.

El vestido le daba por las rodillas y el volado era como de unos 5centímetros.

Estaba con los pies desnudos, y cuando se paro frente a mi, apoyo los dedos del pie derecho sobre el izquierdo. Sus manos eran muy redonditas, pero los dedos eran delgados y muy bellos, las uñas rosadas muy bellas también, como la de todos los niños.

La piel de Elena, es extraña no es absolutamente blanca, como si fuera una linda piel mestiza, entre blanca y canela.


Elena, me miro tomo mi mano mientras yo estaba muy distraída pensando en esos bucles tan negros que le caían por los hombros y en ese aroma a vainillas que se desprendía del aire desde que ella apareció.

Elena tomo mis manos, y me regalo una sonrisa. Una gran sonrisa.

Una sonrisa conmovedora, cómplice, cariñosa, tierna, dulce, una sonrisa que es todo un regalo, es perfume es melodía. Una sonrisa que es tesoro, y que es recuerdo indeleble en la memoria. Una sonrisa por que si, por que yo estaba allí pensando en dibujos y en poesías visuales y ella simplemente pasaba, o me esperaba, o yo la esperaba a ella.

Su nombre estaba en mi, ella no lo dijo, yo no lo pregunte solo devolví la sonrisa, mi sonrisa no era tan fresca, no era un regalo tan valioso, no tenia tanta música, ni cabía un universo dentro de esa sonrisa.

Elena, esta allí, me miraba, sus dedos se paseaban en mis manos como si dibujara animalitos, duendes, estrellas, soles, nubes, golosinas, miraba mis manos, de un lado del otro, y me miraba a mi, yo sentada, ella de pie con los pies desnudos.

Elena… yo pensaba… ¿quien eres?, ¿de donde vienes? Lo pensé pero algo dentro de mí sabía, algo dentro de mí sabe, que nos hemos visto.

¿Por que tú? ¿Tan pequeña, tan serena?. Tan niña. Aquí, ahora, en esta ciudad en este tren. Yo despierta, tú allí, con tus ojos que también regalan sonrisas.


No podré olvidarme nunca de ella.

Cuando quise prestar más atención a sus manos, Elena se abalanzo sobre mí y se abrazo de mi cuello, muy fuerte muy tiernamente.

Me dio un beso en la mejilla de esos que solo pueden dar los niños, besos dulces por su fuerza y por su sonido. Cuando se aparto de mi cuello, con esas manitos hermosas, siguió el recorrido de mis lágrimas desde mis mejillas hasta mis ojos, yo no sabia que estaba llorando. El beso, el abrazo, la sonrisa, el aroma a vainillas, me tenía sumergida. Pero desde que Elena apareció en ese vagón, mis ojos se convirtieron en cataratas y mi boca en una sonrisa, no había más.

Cuando me di cuenta de mis lágrimas, una de mis manos se aparto de Elena y fue a mi rostro. Y cuando perdí ese contacto y devolví la vista ella ya no estaba.


Me pase dos estaciones.


Baje cerca de un lugar donde venden plantas.

Compre una de cedrón, y otra de lavanda.

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Si de verdad me leyeras, si de verdad comprendieras la esencia de mi ser... sabrías que estoy aprendiendo que hay palabras que no se deben decir... hay momentos en que se debe guardar el corazón en su cajita de perfumes hasta el próximo invierno. Son como esas cosas del cuidado de las plantas y del jardín que nos ayudan a mantener la fe en nuestros sentimientos.
Si mi espíritu no ha podido florecer aún en esta tierra, lo mudare de este cielo a cielos nuevos. A un lugar donde las nubes no sean de tormentas o silencios.

Hay muchos libros de silencios y hay muchos libros de sueños que aguardan en los estantes, quizás es hora de que los lea, o que los beba como el néctar que me ayude a sanar de tanta mala suerte en mi corazón y en mis ideas.

Mi alma espera en los arboles, algún día la encontraras. Pero si la recuerdas, dile de esas palabras mágicas y veras como se acerca.