Hoy me desperté así.
Bella.
Blanca.
Aromada de música de agua.
Alta.
Con perfumes de nostalgia.
Que desandan mis cabellos y confunden a la luna.
Con los caminos a universos de plata.
Y sostengo la sangre de mis labios por tus labios.
Una carta herida en sus costados.
De los besos de bienvenida.
Mis manos solas.
Tus manos como fantasmas.
Tras los espejos que me nombran.
Y debajo de mi parpadeo.
La esfera sueña.
Otra vez la distancia.
Mapa de infinitudes que demoran la muerte de todas las cosas.
El fuego del horizonte no es el amanecer.
El fuego del horizonte.
Es un grito de reproche.
A la suerte.
A la ironía de las horas solas.
Y me abrazo a la comunión de los versos.
Que se desprenden de una melodía.
Me anestesio de angustia,
Y creo más nostalgia de gris vestido.
Pero de cómica figura, porque baila sola, en un patiecito.
Recién amanecido de humedad.
Rocío breve, de pasos néctar de nube.
Dolor tenue, sonrisa.
Y de este poema... me despido con esta imagen.
Tu brazo a mi cintura.
Mi rostro recostado en tu hombro, que es el mundo.
Y yo la luna en reposo.
Esta simple imagen.
Es parte de mi ritual en la mañana.
Vida pura. Vida propia, de la real, con todas sus caras… Dulce ritual.
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