martes, 28 de junio de 2016

Ella

Ella contenía una tormenta, sus manos se herían por los rayos, diminutas explosiones simultáneas en su cielo, destrozaron el paisaje, y sus manos, sus manos no alcanzaron.
Él desde sus ojos lo intentaba, intentaba devolverle una palabra, pero a veces los ojitos son fantasmas y quedan mudos ante el diluvio que van dejando los años.
Envejecieron en un rincón del mundo, él domesticaba la tierra, ella molía maíz, alimento sagrado. Tejía esperanza, punto a punto, fila a fila, mano a mano. Sus hijos se dibujaban en un borde azul de una manta, y su amor en un punto rojo siempre acompañando. De madrugada el sol entraba al campo sólo por despertarlos, a veces los rayos tibios se enredaban en sus mejillas, se hundían en su tronco, se filtraban por debajo de su piel, buscando el hueso para aliviarlos, y que crueles dolores de la edad y el frío se evaporaran.
Ella dibujaba rostros en las nubes, y él las contemplaba. Se pasaban un mate y herían un silencio a veces... recordando.

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Si de verdad me leyeras, si de verdad comprendieras la esencia de mi ser... sabrías que estoy aprendiendo que hay palabras que no se deben decir... hay momentos en que se debe guardar el corazón en su cajita de perfumes hasta el próximo invierno. Son como esas cosas del cuidado de las plantas y del jardín que nos ayudan a mantener la fe en nuestros sentimientos.
Si mi espíritu no ha podido florecer aún en esta tierra, lo mudare de este cielo a cielos nuevos. A un lugar donde las nubes no sean de tormentas o silencios.

Hay muchos libros de silencios y hay muchos libros de sueños que aguardan en los estantes, quizás es hora de que los lea, o que los beba como el néctar que me ayude a sanar de tanta mala suerte en mi corazón y en mis ideas.

Mi alma espera en los arboles, algún día la encontraras. Pero si la recuerdas, dile de esas palabras mágicas y veras como se acerca.