Ella contenía una tormenta, sus manos se herían por los rayos, diminutas explosiones simultáneas en su cielo, destrozaron el paisaje, y sus manos, sus manos no alcanzaron.
Él desde sus ojos lo intentaba, intentaba devolverle una palabra, pero a veces los ojitos son fantasmas y quedan mudos ante el diluvio que van dejando los años.
Envejecieron en un rincón del mundo, él domesticaba la tierra, ella molía maíz, alimento sagrado. Tejía esperanza, punto a punto, fila a fila, mano a mano. Sus hijos se dibujaban en un borde azul de una manta, y su amor en un punto rojo siempre acompañando. De madrugada el sol entraba al campo sólo por despertarlos, a veces los rayos tibios se enredaban en sus mejillas, se hundían en su tronco, se filtraban por debajo de su piel, buscando el hueso para aliviarlos, y que crueles dolores de la edad y el frío se evaporaran.
Ella dibujaba rostros en las nubes, y él las contemplaba. Se pasaban un mate y herían un silencio a veces... recordando.
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