viernes, 7 de octubre de 2011

Amaneceres

Ay mujer, aun te desnudas bajo el alba para atraer a los espíritus del fuego y ayudar a que amanezca… pero los dioses se quedan en la noche con el alma fría y el cuerpo le pesa lo que los glaciares y  no son capaces de bajar los ojos ni las intenciones a la tierra en noches de cortinas liquidas.
Y a la hora a que las hadas le daban las alas te quedaste dormida sobre el cemento. Apareciste con la piel tan humana que nadie entendió tu lenguaje de caricias, amaneciste en el ocaso de la tierra, en ese tiempo en que no se creen en los seres de la luz, en las palabras del alma o en las lágrimas de las bestias.
Ahora te pareces a un árbol que llora desde su cabello a la luna, enredando nubes   como quien enreda peces y se lame los sueños como quien se lame heridas esperando que llueva y amanezca.

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Si de verdad me leyeras, si de verdad comprendieras la esencia de mi ser... sabrías que estoy aprendiendo que hay palabras que no se deben decir... hay momentos en que se debe guardar el corazón en su cajita de perfumes hasta el próximo invierno. Son como esas cosas del cuidado de las plantas y del jardín que nos ayudan a mantener la fe en nuestros sentimientos.
Si mi espíritu no ha podido florecer aún en esta tierra, lo mudare de este cielo a cielos nuevos. A un lugar donde las nubes no sean de tormentas o silencios.

Hay muchos libros de silencios y hay muchos libros de sueños que aguardan en los estantes, quizás es hora de que los lea, o que los beba como el néctar que me ayude a sanar de tanta mala suerte en mi corazón y en mis ideas.

Mi alma espera en los arboles, algún día la encontraras. Pero si la recuerdas, dile de esas palabras mágicas y veras como se acerca.