Ay mujer, aun te desnudas bajo el alba para atraer a los espíritus del fuego y ayudar a que amanezca… pero los dioses se quedan en la noche con el alma fría y el cuerpo le pesa lo que los glaciares y no son capaces de bajar los ojos ni las intenciones a la tierra en noches de cortinas liquidas.
Y a la hora a que las hadas le daban las alas te quedaste dormida sobre el cemento. Apareciste con la piel tan humana que nadie entendió tu lenguaje de caricias, amaneciste en el ocaso de la tierra, en ese tiempo en que no se creen en los seres de la luz, en las palabras del alma o en las lágrimas de las bestias.
Ahora te pareces a un árbol que llora desde su cabello a la luna, enredando nubes como quien enreda peces y se lame los sueños como quien se lame heridas esperando que llueva y amanezca.
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