lunes, 22 de noviembre de 2010

Dolores de lluvia

Llevaba más que el alma en el bolso, como si luego de guardar eso para que no lo dañe la lluvia,  quedara mucho lugar. Quizás porque las almas siempre son pequeñas, ingrávidas, inmateriales.
Quizás por eso quedaba espacio para el desamor, para el olvido, para la desesperanza. Su alma viajaba en su bolso, era un latido de luna, como una fotografía de una noche en el campo en medio de esa lluvia lumínica que es la oscuridad. Llevaba los zapatos heridos, la lluvia sabia del interior de sus medias porque se filtraba en todos los charcos, mientras sus pies sabían del dolor del frío. Aun conservaba la voluntad de la vida, esa que te lleva respirar una vez tras de la otra, sin dejar, aunque el pecho duela las espinas de todos silencios.
Llevaba parte de la última tormenta de fuegos en su bolso, en el rincón que su alma dejaba libe la tormenta viajaba acurrucada, la tormenta le temía al miedo que se filtraba por los huesos de ese bolso casi destruido. Viajaba porque tenía tiempo, porque no tenía hogar donde permanecer quieto. Quizás eso es lo que me pasa, que me siento incomoda en todas partes, aun no encuentro mi casa, ni el hogar donde desempacar mi espíritu. ¿Aquel anciano, de rostro sucio, era un pobre vagabundo del mundo  o era el más libre de los hombres que haya conocido? no lo sé. Sospecho que esa libertad de ser tan vagabundo, tampoco es felicidad. Felicidad debe ser como esa sensación de no huir y de no permanecer al mismo tiempo.

El agua se filtra por las piedras en todo el mundo, dentro de sus zapatos hay otro río, el agua se filtra entre sus dedos, creando diminutas cataratas de brillos, él sólo se descalzo el mundo en el cordón de la vereda, para recordar si seguía vivo.
Los pájaros más pequeños, permanecen inmóviles en las ramas, los más viejos, vuelan aunque las gotas de lluvia sean muy pesadas. Hay palomas, y misterios en los charcos, hay monedas en las fuentes de la vida, con ellas se puede comprar un boleto para vivir otro par de años, por aquí, solo hay un aroma a destierro, un anciano que no decide si es mejor ir con los zapatos destrozados o descalzo, es una decidirían tremendamente difícil, es como decidirse a seguir vivo.

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Si de verdad me leyeras, si de verdad comprendieras la esencia de mi ser... sabrías que estoy aprendiendo que hay palabras que no se deben decir... hay momentos en que se debe guardar el corazón en su cajita de perfumes hasta el próximo invierno. Son como esas cosas del cuidado de las plantas y del jardín que nos ayudan a mantener la fe en nuestros sentimientos.
Si mi espíritu no ha podido florecer aún en esta tierra, lo mudare de este cielo a cielos nuevos. A un lugar donde las nubes no sean de tormentas o silencios.

Hay muchos libros de silencios y hay muchos libros de sueños que aguardan en los estantes, quizás es hora de que los lea, o que los beba como el néctar que me ayude a sanar de tanta mala suerte en mi corazón y en mis ideas.

Mi alma espera en los arboles, algún día la encontraras. Pero si la recuerdas, dile de esas palabras mágicas y veras como se acerca.