miércoles, 4 de enero de 2012

Ahora escribo con la misma palidez de un libro añejo que se bebe con el alma.

Las palabras vienen a mí como aquellas naves que cansadas de huir se entregan a la profundidad azul de ese cielo escondido en el fondo del alma.
… y las palabras vienen a mí,  solo las contemplo para ver que rostro llevara mi nombre al pasar por las ventanas para huir de todos.
Ya sé que mi mejor canción  se bebe en ayunas, con una mano sobre el esternón, mientras la  otra en las nubes se deshace en retazos.
Ahora solo  camino descalza  por la estación del Edén, ese lugar abandonado por las religiones.
Y aquí nada se desmorona, todo está patas arriba, pero nada se desmorona.
Ya no había nada por caer, solo el cielo y ese está bien sujeto a las alas de los pájaros de fuego que congregados en el espacio brillan eternos como un dios nuevo.
Nada tiene sentido en esta vida absurda, ya es de imaginarse que se confundan las flechas y que en lugar de cazar horas nos atraviesen las palabras.
No hay Alicias en mis libros. Solo pálidas Julietas cansadas de morir repetidas veces por amor. 

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Si de verdad me leyeras, si de verdad comprendieras la esencia de mi ser... sabrías que estoy aprendiendo que hay palabras que no se deben decir... hay momentos en que se debe guardar el corazón en su cajita de perfumes hasta el próximo invierno. Son como esas cosas del cuidado de las plantas y del jardín que nos ayudan a mantener la fe en nuestros sentimientos.
Si mi espíritu no ha podido florecer aún en esta tierra, lo mudare de este cielo a cielos nuevos. A un lugar donde las nubes no sean de tormentas o silencios.

Hay muchos libros de silencios y hay muchos libros de sueños que aguardan en los estantes, quizás es hora de que los lea, o que los beba como el néctar que me ayude a sanar de tanta mala suerte en mi corazón y en mis ideas.

Mi alma espera en los arboles, algún día la encontraras. Pero si la recuerdas, dile de esas palabras mágicas y veras como se acerca.