Sé como medicar la noche cuando su estomago se enferma y solo puede vomitar estrellas muertas en el agua, hay que hablarle del viento, y nombrar al dios del tiempo con los labios frescos del alba, y con los ojos apenas entreabiertos, suspirar al cielo el dolor de la mortalidad de nuestros pasos.
Sé convertirme en la diosa de los ríos, en la mansa mujer que circula el agua, en esa salvaje de cuerpo desnudo y ancestral mirada, sé cabalgar la noche sobre los caballos enfurecidos de la distancia, esos demonios de miles de cabezas, y de metálicas patas.
Sé en qué lugar desaparecerme y desaparecer al mundo, a qué hora callar todas las ventanas, porque qué lugar la tierra besa los dolores, y porque paisajes alivia el alma, se callar los tormentosos motores del hambre inmortal de tener esperanzas… sé morderme a mi misma para despertar de los malos sueños a mitad de camino hacia mi muerte o el despertar de mis palabras.
Sé callar, y decir basta, plantar la bandera de mi corazón sobre el de las tormentas macabras
Sé de los hombres y sus almas
De sus puños y espadas
Sé de mi espalda en noches como esta, ciega de luces artificiales
Sé de tu pueblo, de tu humilde casa, de tu mesa vacía, de tus manos gastadas, de tu triste cama
Del paisaje roto en tu alma, sé de tu voz rasgada, de tus gritos… tus miradas, tus dolores, tus silencios, y esa música con que despiertas a los grillos de tu casa
Sé porque lugar del cielo descienden las luces que se convierten en puentes en las noches en que el amor dice basta
Sé qué duende se llevo nuestros ojos
Sé del ángel que mastico nuestras miradas
Pero saber es el dolor de las palabras, no es la cura para el alma, ni medicina para el tiempo en que me faltas.
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