viernes, 22 de enero de 2016

Nutres mi tiempo

Dejo mi cuerpo sobre la sagrada piedra
Allí donde los pájaros descienden de otros mundos, solo para alimentar todo su bien todo su mal.
Mi piel se vuelve estrella, anido universos.
Giro en torno de la luna,  mi espíritu acepta la tormenta emocional.
Tienes idea cuantos instantes eternos atesora una vida?
Amo mi mortalidad, capaz de embellecer la luz y la sombra de los arboles.
Mis pasos se adaptan al ritmo de la brisa, y mi cuerpo se mece en el vaivén de las hojas.

Si es tarde no siento frío, simplemente me desintegra el lento transcurrir de las horas.
Me fragmento a veces, otras me multiplico en la hierba mientras mis pies me recuerdan una desnudez perdida en lo profundo de una selva que habite en otra vida.

Mis manos guardan recuerdos de tus manos, siento el estremecimiento, sonrío, me limpio de tu nombre, pero tu nombre es fruta que nutre mi tiempo.

Me dejo llevar por la nostalgia, un perfume del aire despierta mi corazón que decide tomar el control de mi por el resto del día, y así voy, con la mirada semilla encendiendo los bosques de la distancia, extendiendo las sensaciones por alcanzar un diminuto brillo de tu luz  y llevármelo al alma, porque estoy hambrienta de tu aliento, y cuando esto sucede, no bastan los ríos, el cielo, no hay espejos donde verse, es necesario romperse del cuerpo, volver pájaro un pensamiento, y luego prenderlo fuego, y ver como nuevamente tu nombre renace en mi recuerdo, y me siento absurda,  me sé muy loca, pero amo mi corazón, su locura sana de necesitar tu aliento para abrazar el otro aliento del día, y seguir con la rutina vida arriba.

Es tarde para muchas cosas, pero tengo un corazón, alimenticia criatura que nutre el tiempo de mis horas, me lleva a ver los colores del paisaje, y a percibir las más distantes melodías que los corazones de los arboles me ofrecen al pasar y hurgar en su corteza alguna forma.

Soy muy transparente, pueden ver a través de mí, llevo bosques, selvas, ríos y sus criaturas, universos desde donde vienen a visitarme seres que me susurran secretos de la sombra y de la luz. Ando desnuda en mi interior, mi corazón, anda desnudo, no tiene manitos, no tiene sexo, solo una piel luciérnaga que parpadea su brillo cada vez que sonrío.

miércoles, 13 de enero de 2016

El amanecer desmonta de un corcel muy oscuro como para diferenciar su cuerpo del resto de la noche. Sobre los edificios como si fuera el cuerpo de un ángel muerto, circulan las nubes, tristes figuras de plomo oprimiendo el rostro del cielo con sus manos duras.
Guardo un dolor como si fuera un tesoro. ¿A caso no es eso algo muy estúpido? Así es la vida me dice mi otra versión del espejo mientras sonríe, pero yo, yo no sonrío.
También guardo restos de la noche en los hombros, la pesada esencia de las sombras que conocemos todos, o al menos casi todos.

Siento ternura por este tiempo, siento ternura por todo, siento piedad por el transcurrir de los minutos, unos tras otros los contemplo, sí, estoy detenida, pero de eso trata a veces la vida, de quedarse detenidos unos minutos y ver en qué sentido va todo, todos, y nosotros mismos.

Hay una tormenta más allá de la piel, más allá de mí, mas allá de lo que nos toca o se pueda ver, hay una tormenta. Su paso, amenaza derrumbarlo todo, la construcción de mi ideas, la seguridad de mis emociones, la estabilidad de  mi  cuerpo balanceándose como un funámbulo de mi propio insomnio. Hay una tormenta, es necesario el desastre, es necesario que nada pueda recuperarse luego de su paso, que no quede nada de lo que cargamos, de lo que sabemos, de lo que sentimos, ni siquiera de lo que anhelamos, solo nosotros. Solo nosotros. 
El amanecer desmonta de un corcel muy oscuro como para diferencia su cuerpo del resto de la noche. Sobre los edificios como si fuera el cuerpo de un ángel muerto, circulan las nubes, tristes figuras de plomo oprimiendo el rostro del cielo con sus manos duras.
Guardo un dolor como si fuera un tesoro. A caso no es eso algo muy estúpido? Así es la vida me dice mi otra versión del espejo mientras sonríe, pero yo, yo no sonrío. También guardo restos de la noche en los hombros, la pesada esencia de las sombras que conocemos todos, o al menos casi todos.
Siento ternura por este tiempo, siento ternura por todo, siento piedad por el transcurrir de los minutos, unos tras otros los contemplo, sí, estoy detenida, pero de eso trata a veces la vida, de quedarse detenidos unos minutos y ver en qué sentido va todo, todos, y nosotros mismos.

Hay una tormenta más allá de la piel, más allá de mí, mas allá de lo que nos toca o se pueda ver, hay una tormenta. Su paso, amenaza derrumbarlo todo, la construcción de mi ideas, la seguridad de mis emociones, la estabilidad de  mi  cuerpo balanceándose como un funámbulo de mi propio insomnio. Hay una tormenta, es necesario el desastre, es necesario que nada pueda recuperarse luego de su paso, que no quede nada de lo que cargamos, de lo que sabemos, de lo que sentimos, ni siquiera de lo que anhelamos, solo nosotros. Solo nosotros. 
Si de verdad me leyeras, si de verdad comprendieras la esencia de mi ser... sabrías que estoy aprendiendo que hay palabras que no se deben decir... hay momentos en que se debe guardar el corazón en su cajita de perfumes hasta el próximo invierno. Son como esas cosas del cuidado de las plantas y del jardín que nos ayudan a mantener la fe en nuestros sentimientos.
Si mi espíritu no ha podido florecer aún en esta tierra, lo mudare de este cielo a cielos nuevos. A un lugar donde las nubes no sean de tormentas o silencios.

Hay muchos libros de silencios y hay muchos libros de sueños que aguardan en los estantes, quizás es hora de que los lea, o que los beba como el néctar que me ayude a sanar de tanta mala suerte en mi corazón y en mis ideas.

Mi alma espera en los arboles, algún día la encontraras. Pero si la recuerdas, dile de esas palabras mágicas y veras como se acerca.