El amanecer desmonta de un corcel muy oscuro como para
diferencia su cuerpo del resto de la noche. Sobre los edificios como si fuera
el cuerpo de un ángel muerto, circulan las nubes, tristes figuras de plomo
oprimiendo el rostro del cielo con sus manos duras.
Guardo un dolor como si fuera un tesoro. A caso no es eso
algo muy estúpido? Así es la vida me dice mi otra versión del espejo mientras sonríe,
pero yo, yo no sonrío. También guardo restos de la noche en los hombros, la
pesada esencia de las sombras que conocemos todos, o al menos casi todos.
Siento ternura por este tiempo, siento ternura por todo,
siento piedad por el transcurrir de los minutos, unos tras otros los contemplo,
sí, estoy detenida, pero de eso trata a veces la vida, de quedarse detenidos
unos minutos y ver en qué sentido va todo, todos, y nosotros mismos.
Hay una tormenta más allá de la piel, más allá de mí, mas allá
de lo que nos toca o se pueda ver, hay una tormenta. Su paso, amenaza
derrumbarlo todo, la construcción de mi ideas, la seguridad de mis emociones,
la estabilidad de mi cuerpo balanceándose como un funámbulo de mi
propio insomnio. Hay una tormenta, es necesario el desastre, es necesario que
nada pueda recuperarse luego de su paso, que no quede nada de lo que cargamos,
de lo que sabemos, de lo que sentimos, ni siquiera de lo que anhelamos, solo
nosotros. Solo nosotros.
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