Hay que ser muy cobarde para escribir sobre viajes que no pretendemos hacer en esta vida, o sobre aventuras realizables desde la comodidad de un escritorio, sellando cada paso de esas aventuras con la maldición de que aquello solo es literatura. Pero hay que ser muy valientes para escribir sobre mundos imposibles, y criaturas que solo habitan en los sueños de los gigantes y los niños. Pero solo los héroes escriben los diarios de los pueblos, los importantes eventos cotidianos de la vida con tinta pura. También hay que tener testículos de dinosaurio, y ovarios de loba, para decir en un lenguaje simple aquellas cosas que no decimos día a día. Por ejemplo: para escribir y además decir “te Amo” es necesario haber vivido muchas vidas. Pero hay que ser eternamente joven, niño desde la mirada y el espíritu para atrapar seres de otros mundos.
Una vez traje de un sueño un pequeño perro azul. Para poder conocerlo tuve que cortarme las manos. Él me vio herida y quiso cuidarme y curarme, busco en su interior esa cosa que la humanidad ha llamado magia, solo por desconocer su nombre verdadero. Y con su diminuta lengua, también azul me curo. La primera vez que lo vi creí que despertaría del susto, pero no por miedo, si no por la sorpresa. Sin embargo el sueño continúo. Me quede viento sus patas, el brillo de sus pelos formaba pequeños arcoíris en la luz. Era como un puentecito diminuto a la imaginación de la niñez eterna. Me dijo su nombre indescriptible, y me conto sus aventuras maravillosas. Tuve que quedarme mucho tiempo habitando aquel sueño, muchos días descubriendo sus pequeños rituales cotidianos. Camine a su paso eternidades, hable su lenguaje, comprendí la amistad, la alegría y la ternura de una forma nueva. Me perdía horas viéndolo improvisar juegos, en los que solo a veces participaba, la mayoría de las veces con observarlo me bastaba. Siempre me hacia sonreír con sus ocurrentes sonidos para despertarme, pero yo no despertaba, solo por verlo y disfrutar de su presencia continuaba soñando y soñando. Reía con esa tibieza de felicidad en la panza, cuando lo veía mover su cabeza cada vez que algo le encantaba, y como se disgustaba si no le prestaba atención. Cuando al fin comprendí todo sobre él, pensé en dejarlo libre de mis manos heridas, y deshacer aquel sueño hasta despertarme. Pero él me hizo comprender que ya no había manera de separarnos, que de alguna forma natural nos habíamos unido eternamente, que mi espíritu ya había despertado en aquel sueño y que la realidad se había transformado en el. Al despertar, mi cuerpo estaba relajado, como si además de haber soñado eternidades hubiera podido liberarme de todas las tensiones cotidianas del mundo común. Ahora mi espíritu, sigue descubriendo criaturas extraordinarias cada vez que duermo o despierto.
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