Ella se levantaba demasiado temprano. El gato de sus pies se lo hacía saber. Porque al despertarse la miraba atontado y se dormía de nuevo segundos después. Ella trataba de andar por la casa con él encima, pero él insistía en continuar soñando, porque allá donde el mundo deja de ser mundo, la realidad es mas de lo que podamos tocar o ver.
Ella se lavaba el rostro, con agua de lluvia que salía por el grifo, lluvia de algún lugar del mundo, partes diminutas de algún rio, lágrimas del gigante más dulce. Y en su rostro se dibujaba la aurora mientras preparaba el desayuno. El reflejo de la ventana en su cuello formaba montañitas verdes y lagos azules.
Descalza, sin prisa, sin miedos. Vivía su soledad en compañía felina. Cuando el corazón le recordaba el silencio, latía con más furia. Una vez, y otra vez camino a la oficina, su andar es una canción de caracoles. Tan lento como le permitía el aire y la distracción del paisaje y sus perfumes. Había un árbol que conocía su nombre, la besaba con su sombra día a día, alguna hoja se escapaba de sus ramas, para caer sobre ella como un suspiro. Ella sabe sonreír como las aves, como si abriera las alas y pudiera ser libre. Pero es como un vuelo que solo se ve una vez en la vida. Ella sabe llorar como nadie. Ni los libros más antiguos son buena compañía, solo sirve acurrucarse a sí misma, ver el juego del gato en la cocina, intentando cazar roedores imaginarios. Una tarea que le llevara toda la vida.
Y cuando se duerme, la noche desciende. Callan las cortinas, ya no dicen nada, solo parpadean como luces. Y cuando duerme, es la mujer luna. Pálida, fría. Mitad silencio, piedra y melancolía.
Descalza, sin prisa, sin miedos, vive su rutina. De todo se escapa día a día, pero en la noche, la tristeza es su enemiga.
Mi querida Sabina:
ResponderEliminarTus letras guardan, como siempre la cotidianeidad y la magia… Ojala algún día estas dos cosas dejen de ser tan lejanas entre sí, tan distintas.
Te dejo estas pocas palabras y un poquito de ruido para cuando recuerdes el silencio.