A la princesa se le acabaron las palabras. Y ahora no encuentra consuelo. Por eso siembra tormentas. Tormentas grandes, gigantescas tormentas, tormentas que en realidad no quisieron ser tormentas, solo nubes gigantes parecidas a ballenas.
Pero a ella se le acabaron las palabras, y por no poder decir lo que ocurría en sus manos, y en su mente, castigo a los arboles negándole sus ojos, dio la espalda al bosque y a la ventana y al espejo, durmió profundamente.
El sueño de una niña que ya no tiene palabras, es blanco, con aves blancas que apenas se perciben, es un capricho del arte moderno, y del arte muerto.
A la princesa se le acabaron las palabras, ahora se la ve tejer una pequeña red. ¿Qué hará con ella? Ella misma se pregunta en su mente, pero su ser no le da respuestas, ya nada se anticipa para ella.
Por suerte a mí, no me sucede lo mismo que a ella, no necesito de palabras ni de redes. No me alimento de alegrías ni de tristezas. Tengo mi espíritu libre en el árbol más cercano a mi cuerpo. Escribiré una historia que me endulce la noche, luego iré a dormir y soñare peces.