Porque hay guerras que no se acaban es que seguimos teniendo la debilidad de la estupidez.
Y no hay arma más poderosa que la palabra y el silencio. Una mala praxis de verbos nos puede llevar al fin del mundo.
Hemos construido un inmenso puente. Fueron necesarios los materiales más exóticos, los más fieles, los más caros. El puente conduce a un precipicio. Desde allí todos podemos arrojarnos. Debajo nos espera nuestra basura. Desechos industriales, materiales que pudieron ser reciclados, juguetes rotos, juguetes nuevos solo para gente con dinero, armas que se estropearon tras el último disparo. Diarios, miles de diarios, cientos de periodistas que han vendido su alma al capitalismo, millares de hombres sin ideales, mujeres que quieren ser lindas, envoltorios de sueños con formas de ordenadores que ya no funcionan y que funcionan excelentes. Hemos construido un inmenso basurero. Desde lo alto todos podemos verlo, el puente solo tiene una dirección, subir hasta lo alto, y el abismo después.
Hemos soñado un hermoso puente. Pero no tuvimos el valor de buscarlo, tampoco quisimos invertir tiempo y materiales en crearlo. Solo era necesario hacer silencio, mirarnos a los ojos, darnos la mano, experimentar un abrazo. Ser sinceros. Callar a tiempo. Admitir los errores, repararlos. Continuar nuestro camino, paso a paso. Ese puente maravilloso no conduce a ningún lugar fuera de nosotros mismos, aunque nos ayude a cruzar todas las distancias, de cuerpo a cuerpo. Ese puente no tiene un final ni un principio, no hay lugares altísimos ni abismos en él. No hay paisajes construidos con basura. Solo el aroma violeta que tiene el equilibrio.
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