El hada de los cuentos
“El hada de los cuentos está sumergida en un mar de luciérnagas verdes y amarillas. Las historias se le escapan tristes de los dedos por temor a morir ahogadas de brillos. Ella a veces sonríe y se parece a la luna. Otras veces solo sueña y su vestido es mas espuma que las nubes”
Ramiro bajo las escaleras de tres en tres, de dos en dos, hasta el último escalón. En el suelo junto a la ventana esperaba Ibi, estaba cansada, tenía la vista más allá de las cortinas, más allá de los paisajes, de esos tristes pinos de verdes oscuros. Miraba las nubes y se imaginabas búhos de espuma, dragones de cielo, aves de cristal y de perfume. Pensar esas cosas le daba risa, algunas risas, pequeñas sonrisas.
Ramiro sostuvo sus manos un tiempo más, a él le gustaban los juegos y ella era divertida. Caminaban juntos por el parque recibiendo el perfume de las tardes de septiembre, caminaban juntos los parques recibiendo el aire frio de mayo. La historia de sus dedos fríos les rozaba los labios cada vez que llegaban a los bancos de madera debajo de los paisajes dorados, por el sol del verano o por la belleza del otoño.
Ibi ya no saltaba las baldosas cuando caminaba a su casa, ya no lo hacía. Los paisajes que no conocía, aquellos rincones celestes de entre las nubes la intrigaban demasiado. Se preguntaba si algo parecido al alivio o a la felicidad la esperaba en ese lugar de espumas. Ramiro la fue dejando, el peso de su mano fría le molestaba en cada caricia, hasta que decidió apartarse de su compañía triste. Nunca se entero que estaba alejándose de Ibi, solo se alejaba día tras día. Ibi oscureció, el paisaje la absorbió y la dejo entre las ramas de un árbol seco mientras decidía si la convertía en pájaro o en pino. Pero nada sucedió.
Ibi despertó junto a la ventana, esperaba oír su nombre en la distancia, recibir un beso de luna al menos que le alivie el frio, pero las cortinas le daban caricias de fantasma en el rostro y en los hombros. Sentía sus manos vacías, pero no recordaba que llevaba antes. Observo sus manos y le parecieron livianas como plumas, pero tristes aún como el frio. Fue difícil al principio pero tomo una decisión, de esas que parecen finales. Estaba demasiada sola como para oír consejos, demasiado fría. Era en ese instante en que necesitaba que alguien con armadura le recordara cual era su mundo y su paisaje de sueños, para poder alejarse del invierno de la tristeza en la que se había sumergido, estaba demasiado triste para responder llamados que además ya nadie hacía, nadie decía su nombre y ella fue olvidándolo hasta que su nombre cambio por completo, ahora se parecía a una sombra y a una ausencia en cada una de sus letras, fue entonces cuando lo hizo… abrió las ventanas y voló, pero sus alas eran tan imaginarias como los dragones de nubes de sus cuentos y terminó por caer a lo más oscuro del paisaje, fue una caída de pino de verdes oscuros, que dan frio a los sueños. Aun espera en las sombras que su nombre vuelva a ser estrella, que se repitan en brillos cada una de sus letras, pero pasan siglos y mas siglos de espera y eso no sucede.
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