Eran los días de las escamas tornasoladas, de dragones o serpientes, de esas nuevas criaturas que aleteaban desde el estanque. Algunas saltaban sobre las hojas de esas hermosas plantas acuáticas, esa forma verde de florecer en la superficie terrestre. Eran esos días de humedad de frio que no hiere. De esas sensacional forma de dormirse en los bancos de plaza sintiendo descender el rocío suavemente, detenerse en los labios, en los párpados y percibir como la piel se humedece, ser consciente del perfume que el rocío deja sobre el campo, cada gota estalla en brillo y en aroma, sin importar si te detienes o no a verlo. Siempre alguna rana sobre la piedras al charco y ese glorioso sonido de saber que todo se desvanece. El susurro del charco es un instante en la vida del líquido, el agua es apenas un suspiro de lluvia sobre el verde.
Todo se desvanece, la mariposa se acerca a la flor, la flor tiembla. El pájaro aletea, abre su pico, se acerca. Todo se desvanece. El instante en que sentí tus labios, tan cerca. Te respiré esa vez. Esa primera vez, como si en tu aliento podría descubrir el misterio de la vida, la profundidad de todas las cosas. Solo descubrí que me gustaba besarte, que me sumergía en tus labios como la rana en el estanque, y que permanecía inmóvil a la espera de que continuaras tú el milagro y cuando me respiraste por primera vez, mi nombre acudió a tus ojos, fui más que un suspiro, no fui la música, ni la magia, no fui los recuerdos de vidas pasadas pasando a velocidad sobre tu rostro, fui tan solo esto que soy mientras te evoco, mientras te escribo, la misma mujer que se desnuda al cielo de tus manos, la misma que se duerme en los paisajes de tus ojos.
Eran los días de las escamas tornasoladas, donde el dolor era la misma espada, que protege y traiciona, nada cambiaba en los libros de historia, nada cambiaba en las novelas clásicas, no hay mas reformas, no hay revoluciones, solo esa miseria de andar de rodillas quitándole siempre al más pobre. Hay alimentos envasados, hay huertas muriendo de abandonos. Era el tiempo de las alas sin vuelo, de los títulos de nobleza en marcas, en etiquetas. Era el tiempo de las ruinas universitarias, de la autopista con huecos.
Era el tiempo en que el cielo se dormía sobre los arboles, cansado de sostener tantas inútiles estrellas que no saben ser fugaces, ni cumplir deseos. Era ese tiempo, en que los vagabundos, te convidan sus calles, los budas te invitan con mates, los mensajeros circulan mudos y descalzos y no tienen memoria.
Era ese tiempo, en que las matemáticas son enemigas de la economía, era el tiempo de los bolsillos rotos.
Era el tiempo de los guantes celestes, de dormir esperando que en el sueño nos sorprenda la vida, porque despiertos solo sabe espantarnos. Era ese tiempo en el que no esperas ni buscas, no deseas, era mi tiempo de ojos callados, de manos quietas, de nubes fijas. Era un tiempo de párpados telones, de función de cerrada.
En ese tiempo de escamas tornasoladas, el dragón encontró el castillo que le faltaba para dejar de ser un monstruo y convertirse en una criatura mágica.
No sé que era antes de tus ojos, pero me gustan los nombres que me da tu mirada.
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