Me trajiste flores, y damascos.
Y una bolsita de colores y caramelos
De sabor perfume de luna que me mordía los labios.
Me recordaste los preludios.
Los finales.
Y trajiste tus parpados sagrados de lluvia.
Tu rostro húmedo de dulzura, para mi rostro mar angustias.
Es otro paisaje mi perfil abrigado de tu hombro.
Es un paisaje de verdes silencios de amarillos principios.
Y todo es una estación de trenes.
Soleada y rodeada de niños que regalan canciones.
Alguna flor que cobra alas y desciende musical por los balcones.
Algunos duendes que se chocan con nuestros pasos.
Reflejos de luz en los cristales de las campanillas en los patios de los vecinos.
Que a nuestros ojos se parecen hadas.
Silencios pero solo de complicidades.
Ruidos pero solo de hojas secas,
Que dan música al camino hasta encontrarnos.
Trajiste tus ojos, algo de tu pasado.
Algo de tus dolores, acurrucados en tus manos.
Muerdo tus dedos, como muerdo los duraznos.
Sin dolor, para que aflojes los puños.
Y me abras tu mano.
Trajiste un libro herido de tristezas, entre tus cejas y tus labios.
También mordí sobre tu boca, hasta que llego el alivio, algo de un sueño olvidado.
Respiro tan cerca, de tu espíritu, que siento el perfume
De la luz, mientras te abrazo.
Me sonríe un rincón entre tu hombro y tu cuello.
Y por esa sonrisa regalo mis labios.
Y se abre mi boca a tu beso.
Y la humedad y la presión del contacto.
Despiertan ese cosquilleo en la luna de los sueños.
Donde la dama de la noche teje los milagros.
a anònimo le gusta esto
ResponderEliminarPura intuición y mágia en tu manera de contar… Sólo, como siempre, mis mejores deseos. Un gusto leerla.
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