A veces parece que estoy más callada.
Y los que me rodean.
O se apartan o preguntan.
¿A donde me voy, cuando bajo los parpados
O cuando elevo la vista?
Mi respiración se entrecorta de tan pausada.
Y nadie advierte.
Que estoy muriendo de luna.
La muerte de luna.
Es como vivir con mucha calma.
Muy despacio.
Con música de cristales en un fondo de agua.
Con un gris nostalgia, en el corazón de la angustia.
Con un brillo casi blanco de amargura, y desesperanza.
Pero también con una sonrisa, una muy pequeña.
Como esas sonrisas de los recién nacidos.
Que nunca terminamos de saber si es sonrisa,
O gesto de dolor primero en nuestras caras.
Morir de luna.
Se muere en el viento.
En cada palabra que susurran las ramas.
Se muere en la noche, entre las nubes claras.
Que parecen perder su energía.
Arrastrando su forma, por el estanque liquido de estrellas.
Que cubre el cielo… que cubre el alma.
Y uno muere conciente.
De que deja la vida en las distancias.
De que deja la vida en la mirada.
De que se deja a si mismo, tantas veces, a mitad de una palabra.
Porque muchos callamos.
Por morir de luna.
Miramos a los ojos.
Y nos hieren las miradas.
Y bajamos los parpados o elevamos el espíritu.
Y nos dejamos.
Muerte esférica.
Palpita la diosa blanca.
Se acerca a nuestros rostros, y nos canta.
Su voz nos enternece.
Nos envenena de luz, nos acaricia de reflejos.
Nos inunda de su humedad mágica.
Y caemos en un ciclo.
De círculos perfectos.
Morimos de luna, cuando no encontramos razones.
Ni esperanzas.
Cuando podemos oír en el silencio.
Las voces de los espíritus de la distancia.
Cuando percibimos el perfume de a flor de la eternidad.
Del otro lado del horizonte.
De todos los cuerpos, las manos, y las miradas.
Se muere de luna, los martes, los miércoles.
Se descansa de la muerte el jueves, se reinicia el viernes.
Es posible que se muera, el domingo, luego de agonizar la esfera, durante todo el sábado.
Y lunes, parpadeamos nuevamente.
Y sentimos dolor en el pecho.
Dolor en el aire que es donde vive el alma.
Percibimos el sol, suspiramos leves.
Y morimos de luna nuevamente, al llegar el martes.
Se muere de luna a cada instante.
Se muere de luna en los espejos.
En el cielo.
En los estanques.
Se muere de luna en una moneda.
En un caramelo.
En una pluma de ángel.
Se muere de luna, en el silencio.
En el espacio entre las estrellas.
En las líneas de las manos.
Se muere de luna por esperar, por creer.
Por buscar.
Se muere de luna, como morir de esperanzas.
Se muere de luna, como una sobredosis de magia.
Un combate de esferas que se desata en nuestra alma.
Y nos llueven flechas, ya no más agua.
El cielo cae en fragmentos, como si fuera de cemento y las columnas que lo sostenían alto.
Se hubieran vencido por nuestra mirada.
Se muere de luna, por la presión de la esfera sobre nuestro cuerpo.
Cada vez que la observamos, y nos contagiamos de su nostalgia.
Cada vez que la contagiamos de nuestra nostalgia.
Se muere de luna, por que en un sueño.
Nos beso su luz.
Nos acaricio de reflejos.
Nos sumergió en sus cristales de perfumes blancos.
Estoy muriendo de luna, cada vez que escribo incoherencias sobre una pagina.
Cada vez que me asomo a una ventana.
Cada vez que anhelo un imposible,
¿Cómo entender la razón de la esfera que me ve tan pálida?
Se muere de luna, el día que se abren los ojos al sueño.
El alma a las palabras.
El día que cantas desnudando tu espíritu, ante el mundo sordo de verdades nacaradas.
Se muere de luna, el día que te preguntan.
A donde te vas… cuando tenes la vista perdida, hundida, refugiada, en la distancia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario