De pie frente a esta tormenta.
Cierro los ojos para respirar este último aire de calma.
El sol se retuerce angustiado por alcanzarme, y darme un amparo de luz.
Pero esta selva de soledades confundidas entre las sombras
No permite la entrada de la tibieza de sus rayos.
Cuando siento, que el mundo cae sobre mi cuerpo
Como una lluvia de pesares convertidos en rocas.
Cuando siento que no puedo percibir los perfumes de las flores.
Solo sus espinas.
Cierro los ojos, como si durmiera, como si cantara.
Cierro los ojos, recurro a mi niñez.
Recurro a una nube.
Me sumerjo en un sueño.
Trato de alcanzar mis otros ojos.
Los que descubren todos los días el mundo.
Y aunque mis lagrimas se cristalicen en el aire.
Y se conviertan en diamantes.
No es ninguna riqueza esta forma de dolor.
De pie, frente a este muro que el mundo interpone.
Entre mi cuerpo y mis sueños.
Sola, en la sombra mas sucia de mis malas decisiones.
Al borde de la locura y de la muerte.
A punto de abandonar mis metas.
¿Qué hacer?
¿De donde sacar fuerzas?
Y el infierno solo es un modo de actuar.
Y el cielo solo es un modo de sentir.
Y la muerte solo es abandonarse a mitad del camino.
Nada tengo.
Mis manos solo tienen una suerte confundida de líneas.
Mis labios apenas unos recuerdos de humedad perdida.
Mis ojos, retinen estupidos.
Las miradas del amor en sus pupilas.
Pero no hay caballeros de fuego.
Para una triste dama.
No hay dragones que guarden estos castillos transparentes de mi verdad.
Y por desnudar mi corazón, en un invierno crudo.
Y por desnudar mi corazón deje que muriera de frío.
Y ahora solo dejo esta flor amarilla en mi esternón.
Que se deshoja día a día.
¿Dónde estará aquel valle, de los sueños?
Ese valle después del valle de la muerte.
Que me ayude a descansar.
Esto no es una oración.
Ni es un canto a la vida.
Es un reflejo de mi estado de ánimo en domingo.
En que los dolores, caminan por mi espíritu como hormigas.
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