Para que se acurruquen en mí… tus aves.
Tus temblores.
Tus vértigos.
Tus delirios.
Para que se acurruquen y los muerda a mitad de un sueño.
Si descubro que no sueñan conmigo.
Para que se acurruque la muerte y amanezca la vida.
Para que en la tibieza se fecunde una flor de la armonía.
Para que irradie su belleza interior.
No me alcanza acurrucar el olvido, la memoria.
El alivio.
El agua, el lago, los peces, la luz del astro protector.
La niebla querrá bailar después de todo.
En la superficie de mi corazón.
Y la noche se zambulle gloriosa de esplendores de selva.
Mi cabello desafía la tormenta
Aunque esta noche también muera después de todo.
Hay una música que late en el centro de la tierra
Y que parte las rocas de la tristeza que se agolpaban en mi pecho.
Aun están los escombros de los dioses muertos
Lamiendo sus heridas sedientos de luz.
Me acurruco en el agua que circula desde el cielo.
Me hundo en una nube azul.
Intento dormir el profundo sueño de la distancia.
En un beso partido y herido en un cuento.
Extraña necesidad de volar.
Las plumas de los pelícanos.
Que se distraen en mi almohada.
Traen historias de otros lugares.
Donde el dolor se medica con flores amarillas.
Y la soledad se desmaya frente a los espejos.
Donde los peces, dan conciertos de cuerdas.
Y los dragones apagan su necesidad de asustar.
Para que se acurruquen en mí tus aves.
Para que olvidemos a los fantasmas de los pasillos.
Para que encontremos el sabor verdadero de lo eterno
Sobre los hombros desnudos.
Acurrucare mi sueño.
En tu abrazo eterno.
En el tercer latido del círculo.
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